martes, 27 de julio de 2010

MARGARITA CORREA DE ESCOBAR.

De ella escribió su alumna Magnolia Mejía Montoya. "Nació en Santa Bárbara en el año de 1911, se casó en el año 1937 con Rogelio Escobar D., hijo de Fredonia. Llegó a iniciar labores en la recién fundada Normal. Escogió los colores de la bandera; verde, blanco y rojo; diseñó el escudo que luego pintó la señora Ana Félix Parra de Zuluaga y compuso la letra del Himno cuya música fue de la autoría del Maestro Luís Eduardo Barreneche. Su administración fue únicamente de tres años, pero suficientes para sembrar en sus alumnas los más vivos sentimientos de gratitud y los más arraigados recuerdos. Fue maestra en todo momento; con su gran preparación, su palabra, su ejemplo y principalmente con el amor que tenía a los estudiantes. Su presencia y su mirada eran la metodología muda más efectiva que jamás se hubiera visto en otro educador. Era recta su conciencia, limpia su mirada, gárrulo su cantar y muy amplia su sonrisa, ventana por donde salía la luz de la esperanza para aquellos hogares que sólo conocían las tinieblas de la desesperación. Era enérgica ante el hipócrita, sensible ante el dolor, recia en los conflictos y pródiga en el perdón. El eco de su voz tenía un acento suave, con aroma de amor, aquel amor que enseñó el divino maestro y que no se apaga porque es luz, verdad y vida. En las reuniones de padres de familia hablaba de tal manera que enmarcaba los reproches, aplausos o mensajes en un juego de palabras, oraciones, versos, figuras literarias y era así como a tan distinguido auditorio que miraba extasiado a quien así hablaba, caía como brisa tenue salpicando a quien indirectamente ella se dirigía. Cada palabra suya era un poema, su mirada un alerta, su presencia arrogante ante el iluso, pero amable y tierna ante el humilde, era el mensaje que reflejaba la entereza de su carácter y la nitidez de su alma. El lenguaje de sus manos era tan claro como la luz del día y todo en ella era tan firme como varilla de hierro forrada en terciopelo, porque no se doblegaba, pero tampoco hería. Vivió siempre en proyección de sus alumnos y compañeros de trabajo, para quienes tenía siempre la palabra precisa, el consejo oportuno. A esta singularísima educadora la adornaban las virtudes que ella misma enseñaba a las futuras maestras: la responsabilidad, desprendimiento, dignidad, integridad personal, abnegación y prudencia. De esta última decía: "La prudencia es la cenicienta de los cuentos de hadas que en vuestras vidas como maestras, esposas, religiosas, será la reina de la fiesta. Es la virtud que hace milagros en la sociedad, arma que humilla la soberbia, redime de la miseria, único bajel que conduce a la tierra prometida y ánfora de salvación en este mar tempestuoso de la vida". En esta primera Rectora se conjugaron todos los valores humanos, éticos, morales y religiosos, así como todas las cualidades de un buen educador."

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